Pudo haber ocurrido hace mucho tiempo, tanto como para que su rastro en todos estos objetos haya desaparecido ya. A pesar de las escasas evidencias, lo cierto es que todos, en alguna ocasión, hemos tenido una madre. La madre que dispone del espacio que yo y los otros compartimos en esta Pensión es la Patrona. Esta mujer ha sabido alentar en nosotros el mayor de los respetos. Una consideración lejos de la dependencia a la que obliga la satisfacción de las necesidades más elementales. Nuestro reconocimiento ha dejado de ser animal. En esta casa los inquilinos nos subordinamos atendiendo a esa lógica por la que, con el tiempo, toda gratitud termina por transformarse en sumisión, toda compañía en acatamiento e incondicional entrega. No ha pasado un solo día desde mi llegada a este lugar en que no haya deseado abandonarlo. Pero es sin duda difícil no dejarse querer, despreciar el abrazo, la hospitalidad taimada con que esta mujer ha sabido amenizar nuestros días. He conocido otras Pensiones gobernadas por otras tantas mujeres, pero ninguna se ha mostrado a lo largo de tantos años tan solicita, tan entregada como nuestra Patrona. Nadie, en todos los años que he permanecido aquí, ha aspirado nunca a un lugar más propicio. Todo reproduce en estos márgenes el mejor de los mundos posibles.

Jon Obeso y la "Novela Pánico"

 El invisible anillo. 5. Ilustrado por M. H. BELVER 
EL INVISIBLE ANILLO
(Alfredo Feliú Corcuera)



Las edades del agua, viaje alucinado a un mundo de pesadilla, sin principio ni fin.
Si bien es autor de algunos libros de poemas y sus relatos cortos han sido premiados en importantes concursos, el escritor Jon Obeso Ruiz de Gordoa (San Sebastián, 1970) ha dado a conocer ahora su primera novela, Las edades del agua (Madrid, 2007), finalista en el Premio Ciudad de Loeches, un libro que asombra y que es sin duda fruto de un parto doloroso. Un parto de alto precio, como el que se debe pagar siempre que uno se asoma demasiado a las cavernas y rincones de la mente, menos o peor iluminados, por las luces de la racionalidad, dentro de las que procuramos, y no siempre conseguimos, movernos cada día. Así hace Obeso, elevando a categoría existencial y rutinaria el absurdo de sus personajes –la Patrona, los inquilinos de su descomunal e insólita Pensión, el Maestro Baucius, los ingenieros, los poceros, las mucamas–, o proponiendo, como solución al caos de sus miserables y abrumadas vidas, el refugio, la huída en la neurosis.

Alegoría putrefacta y disolvente
Porque este mundo que Obeso tan magistralmente diseña es toda una cosmogonía putrefacta, donde el agua no juega ese papel nuclear y fundamental, que tiene como fuente y origen de la vida, sino otro disolvente, corrosivo, “agrumante”, que todo lo empapa, afloja y va descomponiendo poco a poco, casas, bosques, cuerpos y espíritus.
El agua, por así decirlo, es en realidad el verdadero gran protagonista de la novela, en cuanto actúa como fermento, menos generatriz que deletéreo, de un inmenso, infinito, avasallador y todopoderoso bosque sin límites conocidos, que todo lo rodea. El bosque avanza, corrompe, amenaza por todas partes, caótico, hipertélico, sobreabundante, asfixiante, henchido de neblinas y humedades tumefactas, que hay que intentar controlar, en una lucha de talas y replantaciones que jamás tendrá fin… 
El miedo, el pánico a este bosque monstruosamente absurdo y carroñero de sí mismo y de cuanto atrapa, que emponzoña y satura de humedades incontrolables cada hálito, cada bocanada de una atmósfera extenuante y casi irrespirable, invade la escena y sus personajes. ¡Qué extraordinaria galería! Sugestivos, originales, sofisticados, patológicos, grotescos, espléndidos. Esa Patrona de grandes glúteos asimétricos, que avanza describiendo curvas elípticas y parabólicas… Ella es la corpulenta reina de este laberíntico termitero humano que es la Pensión; esta misma Pensión en la que la humedad ambiente se coagula y traza sinuosos meandros y goteras por las paredes y escaleras; ese medio sordo y estólido Maestro Baucius, de sólo cuatro dedos, con también media cara pétrea e inmóvil y un sabor a pólvora y arcilla bajo la lengua que nunca le abandona; esos inquilinos que huyen de sus frustradas vidas en la neurosis de sus coleccionismos y taxidermias, masocas de un culto a su ama sin aparente látigo, engullendo entre siesta y siesta los sabrosos caldos y gelatinas con que la Gran Patrona les demuestra su amor, o quizás con algún roce de su falda sabiamente perpetrado; esos ingenieros y poceros del péndulo y la varita de avellano, que tratan de soportar su horror al Bosque agarrándose a alguna piedra que llevan en el bolsillo, como el que se agarra a un clavo ardiendo… Los filos de la piedra, tan firmes, les infunden cierta seguridad frente a las espesuras ominosas y siempre amenazantes. Y así sucesivamente. Pero ¿qué se esconde tras todo esto?
De pronto caímos en la cuenta. Como gustosos partidarios y practicantes del dibujo de humor, disfrutamos mucho, especialmente con aquel negrísimo y tremendo de un tal Roland Topor, reconocido maestro internacional del llamado por entonces humor pánico, creador de este movimiento en 1962, junto con Jodorowsky, Copi, Sternberg y el propio Fernando Arrabal, con su Teatro Pánico, máxima expresión de confusión, euforia, horror y rechazo al orden establecido. Pues bien, estos personajes “obesianos” parecen calcados –no digo que lo sean– de aquellos inolvidables de Topor. De aquí que hablemos de la novela de Jon Obeso como una, quizás primera y espléndida, novela pánico.
Existe, además, otra razón. Recordemos que la palabra “pánico” viene del dios griego Pan, quien acostumbraba a espiar a las ninfas selváticas, mostrándose de improviso y llenándolas de un terror cerval, de “pánico”, dándoles caza a continuación, sin ser más explícitos en todo lo que sigue, como le pasó a una tal Siringe, la de la flauta ¿mágica?
Del mismo modo ocurre, por extensión del término, con el miedo que todos experimentamos –sobre todo por las noches oscuras en que aúlla el viento y en que trasgos, brujas, licántropos y toda suerte de genios maléficos parecen andar sueltos– por los tenebrosos bosques: el miedo pánico. Ciertamente, bosques, porque y, sobre todo, lo ha dicho Jon Obeso, presentándolos como epítome siniestro y sobrecogedor de su particular, húmedo y “agrumante” universo de pensiones carcelarias, blancos cielos sin nubes que dejan caer lluvias infinitas y Patronas gordas, tarantulescas y chupa vidas. Es decir, que la palabra le cuadra.

Oscuro humor
No obstante a todo lo dicho, tan desalentador para algunos, quizás, se trata de todo lo contrario, y ello gracias al humor, que todo lo trastoca para bien, como pasaba con los más esperpénticos dibujos de Topor, seguido de lejos en España por algunos, que recordamos: como Cesc, El Roto, Chumy Chúmez y, más próximo en el tiempo, Ajubal, a quien no le falta chispa. Podemos imaginarnos, por ejemplo, lo que hubiera hecho el parisino Topor (1938- 1997), hijo de judíos polacos, en su revista Hara-Kiry, con su visión del gran salón colectivo o refectorio de la Pensión, repleto de silenciosos comensales que se miran con odio de reojo, todos con su triple papada ante el colmado plato de substanciosos sopicaldos y gelatinas, con que la Gran Patrona les mima y les obsequia, mientras discurre entre las mesas trazando hiperbólicas trayectorias de carnoso asteroide en ruta, bamboleante, majestuosa, terrible, sin atracar jamás ante ninguna de ellas. ¡Qué tristísima y absurda situación la suya y, al mismo tiempo, qué cómica!
Como haría Topor, el oscuro humor de esta novela de Obeso nos cosquillea por dentro, nos aproxima una sonrisa tan compasiva como espantada. Topor hacía muy bien estas cosas… Su secreto estaba en disfrazar lo más chocante, repelente, deprimente, de naturalidad. Una gaviota hambrienta confundía, por ejemplo, la variz de la pierna de una vieja con un gusano y tiraba con el pico de ella… con naturalidad. O el suicida ahorcado que se corta a sí mismo la lengua con una tijera.
Es el misterio, es el milagro paradójico e inexpresable del humor, aún del más negro. Por el libro de Obeso corre una brisa deliciosa de enlutado humor y es todo un profundo placer para el espíritu sumergirse en la caótica pesadilla tragicómica de su novela, toda una novela pánico. O, quizás, pánica.
Por otra parte, el lenguaje narrativo de Obeso, de concisión elemental y, por tanto, clásica, se convierte al mismo tiempo en protagonista del propio rumor de la narrativa, descompuesta e irreverente, de este joven escritor vasco. irreverente, de este joven escritor vasco.